Mensajes para Marcos Tadeu Teixeira en Jacareí SP, Brasil
martes, 1 de enero de 2019
Mensaje de Nuestra Señora Reina y Mensajera de la Paz

Queridos hijos, hoy, cuando celebráis aquí mi fiesta como Madre de Dios y celebráis también el Día de la Paz, el día de la Fraternidad Universal por la Paz, vengo de nuevo del Cielo para deciros: ¡Soy la Madre de Dios! He sido elegida para ser la Madre del Salvador, y por ello he sido elevada a la más alta dignidad que existe después de la de ser Dios. Por eso ninguna criatura podrá jamás igualarme en gloria, dignidad, santidad y tampoco podrá jamás igualarme en el grado de amor con el que Dios me amó y con el que me hizo su digna madre.
Yo soy la Madre de Dios, y por eso vengo del Cielo para decíroslo todo: Abridme vuestros corazones para que pueda hacer nacer a mi divino hijo Jesucristo en vuestros corazones, porque mi misión de hacer nacer a mi hijo Jesús no terminó hace 2000 años, continúa hoy y continuará hasta el fin del mundo, porque es mi misión maternal hacer nacer a mi hijo Jesús místicamente en cada uno de mis hijos de todo el mundo hasta que crezca y alcance en vosotros la plenitud de la estatura y de la santidad.
Es mi misión maternal hacer nacer y crecer a mi hijo en todos vosotros, así que abrid cada vez más las puertas de vuestros corazones, mediante la oración, la meditación, el sacrificio, la penitencia, vuestro sí a la voluntad del Señor y también a mi voluntad, para que pueda guiaros cada día con rapidez, con seguridad hacia la santidad.
¡Yo soy la Madre de Dios! Así que reina sobre el corazón de mi hijo y no podrá negarme nada, ¡absolutamente nada! Por tanto, todo el que quiera la santidad, todo el que quiera la llama del amor en toda su intensidad, todo el que quiera la sabiduría en toda su profundidad, todo el que quiera el don de la piedad y el temor de Dios en toda su profundidad, que venga a mí, que me pida todas estas gracias y yo obtendré con seguridad de mi divino hijo todos estos dones, todas estas gracias.
Soy la Madre de Dios, reina pues sobre el corazón de mi hijo. Amé tanto a Dios que Dios se convirtió en mi hijo. Estaba tan unida a Dios y era tan íntima con el Señor que él se convirtió en mi hijo y yo en su madre, me quedé embarazada.
Amé tanto a Dios y Dios me amó tanto que me hizo ser Su madre. Por eso, donde yo estoy, está mi hijo Jesús y donde él está siempre estoy yo también, para hacerle nacer y crecer hasta la plenitud de la santidad en los corazones de mis hijos. Así pues, hijos míos, ¡venid a mí en este nuevo año! Abridme vuestros corazones como nunca antes, para que pueda derramar mi llama de amor en vosotros, porque el tiempo del que dispongo ahora es cada vez más escaso, mi hora casi suena y pronto mi voz se callará, así que abridme vuestros corazones. Decidíos por mí, decidíos por mi plan de amor mientras aún tenga tiempo de guiaros por el camino de la santidad.
Sí, debéis releer todos mis mensajes, debéis releer también toda mi vida, releer Imitación de Cristo, escuchar todos los mensajes que os he dado aquí, releer todos los vídeos de mensajes y de mis apariciones que mi hijito Marcos ha hecho para vosotros, para que recordéis verdaderamente todo lo que os he dicho y lo pongáis en práctica, ahora que mi gran batalla contra mi enemigo pasará a su fase final.
Si los soldados no se alimentan continuamente de mi palabra, ¿cómo tendrán fuerzas para resistir en la hora del martirio? ¿En la hora de la persecución? ¿En la hora de la prueba? ¿En la hora del dolor? ¿En la hora en que todos los elementos del cielo y de la tierra sean sacudidos por los castigos que caerán sobre todos? ¿Qué fuerza tendrás?
¡Así que toma mis mensajes, míralos, escúchalos, léelos de nuevo, toma el Rosario y reza, reza, reza! Rezad con el corazón, rezad la oración mental que abre vuestros corazones con la llama del amor divino y los calienta con mi propia llama de amor, los llena de la sabiduría y del conocimiento del Señor, para que, hijos míos, alcancéis verdaderamente, en este nuevo año, la plenitud de santidad que he venido a buscar aquí y que el Señor espera de todos vosotros.
Gracias por venir y permanecer aquí toda la noche rezando, cantando, contemplando mi vida y dando gracias al Señor conmigo por el año pasado y por este que comienza. Rezad aún más intensamente, hijos míos, porque en este nuevo año tengo grandes gracias que daros.
Vosotros también tendréis que afrontar grandes pruebas, y los que no recen no aguantarán; y porque no hayáis aguantado y perseverado, seréis, verdaderamente tachados del libro de la vida.
Por eso, hijos míos, os lo pido a todos: No os reprochéis vuestra falta, no os reprochéis vuestra negligencia y pereza. Trabajad duro por la santificación de vosotros mismos y de todos mis hijos. Id a todas partes, haciendo los cenáculos y grupos de oración que os he pedido.
Ahora más que nunca deseo que el primer día de cada mes recéis el Rosario de mi Inmaculada Concepción, llevando con vosotros mi imagen de sabiduría con mi hijo Jesús. Contemplad mi maternidad divina, hablad a todos mis hijos de este mi dogma, de esta mi gran gloria, de esta mi gran dignidad, para que finalmente mis hijos comprendan mi grandeza, mi valor y cuánto me ha amado Dios, para que mis hijos se llenen de confianza en mí, se dirijan a mí con amor y para que yo les ayude con las gracias de mi amor.
Ahora os bendigo a todos, especialmente a ti mi pequeño hijo Marcos. Gracias por el sacrificio de tu dolor de cabeza que me ofreciste ayer, último día del año. Con ese intenso dolor de cabeza, salvaste 367. 519.000 almas, muchas de ellas eran de agonizantes, otras de pecadores, y otras más, hijo mío, almas que estaban en el purgatorio.
Gracias por ofrecer este sacrificio cada día. Si no lo hubieras hecho, ese tsunami que tuvo lugar esta semana habría sido mucho peor, el castigo de ese tsunami habría sido mucho peor y habrían muerto muchas más personas. Gracias a ti, ¡he podido disminuirlo! Sigue ofreciéndote para disminuir los castigos que el mundo merece por tus crímenes y pecados y para alcanzar grandes gracias del Señor para el mundo, especialmente para tu patria.
A ti, en quien encuentro siempre tanto amor y docilidad a mi voz, a mi voluntad, a ti hijo mío, que con el nuevo Rosario de la Misericordia y el nuevo Rosario Meditado me ayudaste también a salvar tantos millares de almas, y a todos mis hijos que trabajan para mí y conmigo, os bendigo ahora con amor: de Fátima, de Caravaggio y de Jacareí».
Nuestra Señora después de una breve pausa:
«¡Yo soy la Madre de Dios! ¡Yo reino en el cielo! ¡Yo reino sobre el corazón de mi hijo! He sido elevada a la más alta dignidad que puede darse a una criatura pura, la dignidad de Madre de Dios.
Dios me amó tanto que se hizo hijo mío. Por eso, reino sobre el corazón de mi hijo y bajo mi autoridad están sometidas todas las cosas y, en cierto modo, hasta el mismo Dios, porque mi hijo no me niega nada, así que a quien yo quiera salvar y en quien ponga mis ojos misericordiosos de amor y predilección, ¡se salvará!
¡Feliz aquel que se ponga bajo mi mirada, que conquiste mi corazón con obras de amor, con sacrificios de amor, con el sí del amor, porque a él le alcanzaré mi hijo y le daré la vida eterna!
Nuestra Señora después de tocar los objetos religiosos que le fueron presentados:
«Como dije antes, allí donde lleguen estos rosarios, imágenes y objetos sagrados, allí estaré viva llevando las grandes gracias del Señor. Os bendigo a todos con amor ahora, una vez más, para que seáis felices y a todos dejo mi paz».
Marcos Tadeu: «Sí, te haré mi Reina. Sí, lo haré».
¡Hasta pronto!
Orígenes:
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